Me flipa escuchar podcasts. Me atraen los que se relacionan con el desarrollo personal, la productividad, el emprendimiento, la salud y algún otro de puro y llano chafardeo, porque el músculo de reír se entrena y a mi alegría quiero tenerla contenta.
Salvando estos últimos, a veces me toca escuchar la recomendación de abandonar la lectura de ficción, así, sin paños calientes. Optar por centrarse en libros que educan: manuales, ensayos, libros de especialización, biografías, memorias, etc. Entendiendo que son estos los que pueden marcar una diferencia en tu vida. Asumiendo, por ejemplo, que leer sobre gestión emocional te permite mejorar esa área de tu vida en consecuencia. O bien, que conocer las andanzas de tal o cual figura histórica, te permite observar y adquirir valores relacionadas con el logro de esa persona.
Como si una historia de ficción no pudiese contener valor y enseñanza, como si la ficción no pudiera ser un reflejo del mundo social en el que vivimos (o hemos vivido). Como si surgiera de la nada más absoluta y no hubiese una persona detrás, construyendo, palabra a palabra un ecosistema que (aun cuando fuese de ciencia ficción) estoy convencida de que tiene sustancia de mundo real. Es más, perdiendo de vista que la escritura de ficción supone una contribución a la historia de la cultura. En definitiva, como si leer ficción fuese una pérdida de tiempo.

Esto me parece de una cortedad supina y volvamos al principio, que no deja de ser el fin. Convendrán conmigo en que el poder de las historias reside precisamente en esto, poder trasmitir un mensaje, una lección aprendida, una experiencia, a través de la narración.
En un momento en el que la prisa nos domina, dedicar un lapso a la lectura sosegada de un libro de ficción nos entrena en tomar la decisión de ejercer el autocuidado, de entrenar nuestra atención, de encontrar en la cadencia estética de un texto, una suerte de belleza. En el peor de los casos, perder la noción del tiempo en el vuelo de una mosca o practicar meditación en la estepa me parece tan loable como destinar horas del día a sumergirse en el feelgood. Porque la función de leer no debería ser exclusivamente una cuestión productiva sino de conexión contigo misma.
Dicho esto, feliz conexión de semana.
“Si la humanidad encontrase el tiempo y la capacidad para escuchar y ser escuchada, la literatura no haría falta.”
Carmen Martín Gaite
4 Comments
Totalmente de acuerdo con tus argumentos. Seguiré disfrutando de las lecturas de ficción, que además de muchas, se aprenden.
Besotes!!!
Exacto, no podemos decir que no haya cosas que aprender en la ficción, muchas veces son buen reflejo de una lección de historia.
Besos!!
Amén, hermana.
Mira, el chafardeo es vital, como todo, en dosis tolerables, pero esencial.
Además, una cosa voy a decir, anda que no habrá ficción en las biografías y memorias, aquí el más tonto hace relojes.
Que sí, que los libros que educan están muy bien pero el aprendizaje a través de leyendas y de historias de ficción es ancestral, y funcionó, porque si el humano llegó a donde llegó y es capaz de hacer cosas extraordinarias es porque una vez se paró a escuchar. Y alguien le contó historias maravillosas que encerraban enseñanzas.
No tenemos que dejar de leer ficción para triunfar en la vida. Y además ¿por qué íbamos a querer dejar de vivir otras vidas en las que nos puede pasar de todo sin que nos pase nada malo?
Te mandaría besitos pero no puedo, te los tienes que imaginar
Es casi un deber lo de echarse unas risas y dejarse llevar por tontadas, yo lo veo así.
Jajajaja, cierto, además que la memoria es esquiva, tendemos a seleccionar lo que nos conviene, eso y un poquito de deseabilidad, et voilá!
Ojo, que yo leo libros que educan y me gusta aprender cosas así también, lo que no es de recibo es dilapidar la ficción. Exactamente, todos sabemos que el conocimiento se ha mantenido por el trasvase de historias con sus mensajes, moralejas, etc. Además, tanto que se habla del storytelling, no solo se va a aplicar para vendernos cosas!!
También te digo, ahora que comentas lo de vivir otras vidas… se supone que la mente no distingue lo que es real de lo imaginado, es decir, que para nuestro cerebro puede llegar a ser real. Así que me han llegado los besos, reales como la imaginación misma.