Rosalinda es un mujer rusa de origen tártaro, esta última condición la lleva con cierto pesar, pero inevitablemente es parte de sí misma. Ella es la que asume la voz en la historia, quien nos pasea por una Rusia cada vez más empobrecida tras el telón de acero de un pasado no tan remoto. Casada y con un hija, Sulfia, que para lamentación de su madre se queda embarazada con diecisiete años y trae a este peculiar hogar a la pequeña Aminat. Punto de inicio. A renglón seguido todo lo demás, una situación cada vez más complicada, donde soborno, triquiñuelas y mucho ingenio deben ser desarrollados al máximo para salir a flote. En la sucesión de días y años se acompaña a Rosalinda que termina vislumbrando en la migración a Europa la salida a todos sus desvelos. Comienza con humor y se diluye con pasajes más tristes que no empañan y sí realzan esta obra.
Alina Bronsky se vale de una prosa concisa, sin muchas florituras que deja en el paladar sensaciones agridulces, picantes y ácidas, aquí se juega con el humor desde la inteligencia más sutil, provocando reflexiones de lo más hilarantes. Virtud que no decae entre sus paginas y que construyen en la mente del lector la sensación cada vez más palpable de humanidad. La indiferencia hacía su protagonista queda relegada a un lugar ignoto. Cautivan sus personajes, tres mujeres hábilmente retratadas. Cautiva una narración sencillísima. Cautiva encontrar libros que aún al cierre de su última página recuerden al lector el porqué de su pasión literaria. La casualidad de un descubrimiento. Y por reflejar algún aspecto menos positivo… decir que hay pasajes algo «fantasiosos» pero que en este caso, lo perdono… esta vez se lo perdono todo.
«Solo Dios sabe que lo había intentado todo para enseñarle a disimular: si tienes miedo, nadie debería notártelo. Si tienes dudas, nadie debería notártelo. Si quieres a alguien, ¡ni se te ocurra mostrarlo! Y si odias a alguien, entonces tienes que sonreírle con especial delicadeza. Había dado lo mejor de mía con Sulfia, pero todo para nada. No tenía ningún tipo de talento, no tenía ni si quiera una chispa de inteligencia para entender aquello que le decía. Ese día no fue una excepción: por razones inexplicables, Sulfia estuvo triste durante toda la comida y eso lo pudo ver todo aquel que quisiera hacerlo. «Alina Bronsky (Los platos más picantes de la cocina tártara)
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