Una novela campestre, eso pensé cuando paseaba la vista por el estante. No me pregunten cuanto llevaba ahí colocada, lo ignoro, pero esta es una colección que me gusta seguir, la de Rara avis, que en esta ocasión hace honor a su nombre con una protagonista que se presenta tal que así, rara.
Miles Franklin le pidió a Henry Lawson, un escritor, que digo…, ¡uno de los poetas más conocidos de Australia! que leyera su novela, quien dice Milles (la autora) dice Sybylla, porque lo que vino a contar fue su propia vida, o precisando, su juventud por medio de este álter ego, Sybylla.
Y Lawson no lo pudo evitar, leyó tres páginas y quiso saber a donde le llevaban y si le pasó a él, a mi también. Esta obra se publicó por primera vez en 1901 por mediación de este señor y se trata de un clásico de las letras australianas. Fue escrito por una adolescente y publicada cuando la chica contaba con apenas veintidós años. Hechas las presentaciones cabe citar:
«Esta historia no tiene trama alguna porque mi vida no la ha tenido ni, que yo sepa, la ha tenido ninguna vida. No obstante, sí que pertenezco a cierta clase de personas: las que no tiene tiempo para introducir una trama en su vida pero hacen todo lo posible por cumplir con su deber sin regodearse en semejantes lujos.»
Con un prometedor impulso empieza esta historia dividida en capítulos no demasiado extensos en los que acompañaremos los sinsabores de Sybylla. Empezando por hacernos una composición del lugar y gentes, la de su familia. Un padre algo atolondrado, bebedor y poco práctico que lleva a toda la parentela de ruina en ruina. Ella, una joven con mucha energía y perspicacia se sentirá hastiada, de quien le tocó ser, de donde le tocó vivir, de qué malhadado momento es este para la mujer. Su mayor aspiración y también conflicto es la de pensar que hay posibles.
Pese al anuncio de que no hay trama sí que tiene linealidad, acompañaremos a la joven en cuatro momentos significativos de su vida. El meollo son los años que le tocó vivir pero además dramatiza que da gusto, nada menos que por sentirse fea y a su vez diferente, diferente hasta el final.
Esta historia se lee con diversión ya que son muchas las ocasiones en que el carácter y la impropiedad de
Sybylla sale a relucir, aunque no siempre sea defendible. Terquedad, sarcasmo e incontinencia verbal componen un cóctel festivo pero la fiesta no es eterna. Hay pasajes que se viven como un
Orgullo y prejucio en otras latitudes. Todo el mundo enfrascado en la necesidad de casar, en la pertinencia de pescar marido, tanto es así que por un momento dudas y hasta la historia languidece pero no, si algo se puede decir de la autora es que era de convicciones feministas, me ha recordado a la novela ya reseñada de
Gissing. La cuestión es que sigues y lo bueno es que remonta.
Nada más terminar mi sensación es ambivalente. Es el tipo de lectura que te salva unas horas pero que también da una mijita rabia. Podría haber estado más centrada, como digo, en algún tramo parece decaer (no sé si de ahí el anuncio de la autora de la carencia de trama) podría haber sido más pulida…, pero cuando pienso que la escribió una adolescente, que la publicó a semejante edad (lo recuerdo, 22), en los inicios del siglo veinte y que se mantiene como referente en aquellas tierras, en fin, pensar en todo ello me hace frenar.
El siguiente paso fue averiguar más detalles de la autora, que entre otras, dejó su patrimonio a la convocatoria de un premio literario que lleva su nombre. Publicó más obras y muchas bajo seudónimo. No hay que perder de vista que no es ficción pese a que en algún momento lo parezca, que no es de amor aunque lo atraiga, que no es imposible sino real. En definitiva, se trata de una lectura que me ha hecho disfrutar y callar. Con eso me quedo.
En realidad comprendí que era una niña bastante agradable, hasta que cobré conciencia de una espantosa verdad: ¡era fea! Esa verdad ha amargado toda mi existencia. Me depara días y noches de dolor. Es una herida abierta que no se cerrará nunca, un trasgo lúgubre al que nada va a asustar. Y junto a esa infernal marca a hierro eché fama de ser muy lista. ¡Peor, mucho peor! ¡Chicas!¡Chicas! […] si intuís que os aqueja el mal de tener algo más que una inteligencia normal y corriente, disimulad, ponedle un cepo a vuestra cabeza, estudiad la forma de parecer poco listas; es vuestra única oportunidad. Si una mujer es guapa se le aceptan todas sus carencias […] a una mujer poco agraciada nada se le perdona. Su destino es tal que los padres de las niñas feúchas deberían sentir impulsos de darles muerte ya al nacer.
Miles Franklin (Mi impresionante carrera)
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